lunes, 16 de abril de 2018

EL COMPILADOR



Llevaba horas sentado en la oscuridad. Su mirada divagó por el cuarto sin fijarse en nada en concreto. La sangre en sus manos ya estaba seca, pero aún le pedían sangre fresca. Las heridas se las hizo con el alambre de púas que adornaba la valla. Por suerte no había alarma, así que pudo entrar sin ser descubierto. De todas maneras sabía que no había nadie en  la casa.
          Conseguir la dirección, no fue nada fácil. Después de todo, no era un fan, sino todo lo contrario. Apenas lo reconocía de una que otra película que había hecho. Es más, casi que no pudo reconocer su nombre cuando leyó en el periódico que iba a interpretar el personaje principal de su libro favorito. En esos momentos, más que en los protagonistas, lo que más le llamó la atención fue que alguien se atreviera a llevar al cine un libro inadaptable.
          Lo había leído varias veces, en diferentes etapas de su vida. Estaba lleno de metáforas, de diálogos interiores, de descripciones que jamás cabrían en un guión. Tan solo el ritmo de la narración apenas podía subsistir en sus páginas, fuera de ellas, en la gran pantalla, se ahogaría como una llama a la que le cortan por completo el oxígeno. Estaba convencido de que la película solamente podría ser un despropósito, infiel a la obra.  
          Desafortunadamente, pudo comprobar sus sospechas en persona. Ese fue su mayor error. Al principio él se negó de forma tajante a ir a ver la película, pero su pareja le insistió tanto que terminó yendo. Ni siquiera acabó de verla completa. Se salió indignado del teatro. Fue peor de lo que se había imaginado. Las actuaciones, los diálogos, en fin, todo fue una insultante herejía al libro que tanto amaba.
          Duró meses renegando de la película. Hasta que por fin su furia y su ira se fueron diluyendo, y pudo dedicar su rabia a otros aspectos de la vida. En parte, parecía como si se hubiera olvidado de la adaptación. Pero en una noche de tormenta, volvió a tomar el libro y comenzó a leerlo de nuevo. Era tan bueno como siempre le había parecido. Quizás hasta mejor, ya que descubrió cosas que antes había omitido. Sin embargo, algo había cambiado. El personaje principal ya no tenía el rostro que todos estos años se había imaginado, sino el del actor que lo había encarnado en el cine.
          Por más que lo intentaba, no podía borrar su imagen. Ni siquiera su voz latosa. Difícilmente podía concentrarse. Después de cien páginas se dio cuenta que no podía disfrutarlo. Era como si le hubieran robado algo en su imaginación, para imponerle un rostro que lo arruinaba todo.
          Solo existía una forma de restablecer el orden de las cosas. En la casa del actor, esperó quieto hasta el amanecer. Entonces escuchó el alboroto de la llave profanando la cerradura. El susto del actor fue enorme cuando lo vio. Intentó llamar a la policía, pero él fue más rápido. Con un cuchillo le abrió el ombligo.
          El actor cayó al suelo llorando, sabiendo que el corte era letal. Los lamentos fueron cesando, hasta que se fundieron en el silencio. Siguió vivo por unos instantes, casi como si se estuviera preparando para el otro mundo. Sus ojos se fueron cerrando, mientras el intruso contemplaba su fin. Había sido la mejor función de su vida.
          Una vez se aseguró de que estaba muerto, se sentó en un sillón. Del bolsillo de su chaqueta, sacó el libro que tanto le gustaba y se puso a leer. Pasaba las hojas con sus manos ensangrentadas, al mismo tiempo en el que su vista pasaba de un párrafo a otro. Hasta que comprobó con alivio que el personaje del libro ya no se parecía al actor, sino a esa figura desconocida y cercana  que había moldeado en su mente.