Llevaba horas sentado en la oscuridad. Su mirada divagó por el cuarto sin
fijarse en nada en concreto. La sangre en sus manos ya estaba seca, pero aún le
pedían sangre fresca. Las heridas se las hizo con el alambre de púas que
adornaba la valla. Por suerte no había alarma, así que pudo entrar sin ser
descubierto. De todas maneras sabía que no había nadie en la casa.
Conseguir la dirección, no
fue nada fácil. Después de todo, no era un fan, sino todo lo contrario. Apenas
lo reconocía de una que otra película que había hecho. Es más, casi que no pudo
reconocer su nombre cuando leyó en el periódico que iba a interpretar el
personaje principal de su libro favorito. En esos momentos, más que en los
protagonistas, lo que más le llamó la atención fue que alguien se atreviera a
llevar al cine un libro inadaptable.
Lo había leído varias veces,
en diferentes etapas de su vida. Estaba lleno de metáforas, de diálogos
interiores, de descripciones que jamás cabrían en un guión. Tan solo el ritmo
de la narración apenas podía subsistir en sus páginas, fuera de ellas, en la
gran pantalla, se ahogaría como una llama a la que le cortan por completo el
oxígeno. Estaba convencido de que la película solamente podría ser un
despropósito, infiel a la obra.
Desafortunadamente, pudo
comprobar sus sospechas en persona. Ese fue su mayor error. Al principio él se
negó de forma tajante a ir a ver la película, pero su pareja le insistió tanto
que terminó yendo. Ni siquiera acabó de verla completa. Se salió indignado del
teatro. Fue peor de lo que se había imaginado. Las actuaciones, los diálogos,
en fin, todo fue una insultante herejía al libro que tanto amaba.
Duró meses renegando de la
película. Hasta que por fin su furia y su ira se fueron diluyendo, y pudo
dedicar su rabia a otros aspectos de la vida. En parte, parecía como si se
hubiera olvidado de la adaptación. Pero en una noche de tormenta, volvió a tomar
el libro y comenzó a leerlo de nuevo. Era tan bueno como siempre le había
parecido. Quizás hasta mejor, ya que descubrió cosas que antes había omitido.
Sin embargo, algo había cambiado. El personaje principal ya no tenía el rostro
que todos estos años se había imaginado, sino el del actor que lo había
encarnado en el cine.
Por más que lo intentaba, no
podía borrar su imagen. Ni siquiera su voz latosa. Difícilmente podía
concentrarse. Después de cien páginas se dio cuenta que no podía disfrutarlo.
Era como si le hubieran robado algo en su imaginación, para imponerle un rostro
que lo arruinaba todo.
Solo existía una forma de
restablecer el orden de las cosas. En la casa del actor, esperó quieto hasta el
amanecer. Entonces escuchó el alboroto de la llave profanando la cerradura. El
susto del actor fue enorme cuando lo vio. Intentó llamar a la policía, pero él
fue más rápido. Con un cuchillo le abrió el ombligo.
El actor cayó al suelo
llorando, sabiendo que el corte era letal. Los lamentos fueron cesando, hasta
que se fundieron en el silencio. Siguió vivo por unos instantes, casi como si
se estuviera preparando para el otro mundo. Sus ojos se fueron cerrando,
mientras el intruso contemplaba su fin. Había sido la mejor función de su vida.
Una vez se aseguró de que
estaba muerto, se sentó en un sillón. Del bolsillo de su chaqueta, sacó el
libro que tanto le gustaba y se puso a leer. Pasaba las hojas con sus manos
ensangrentadas, al mismo tiempo en el que su vista pasaba de un párrafo a otro.
Hasta que comprobó con alivio que el personaje del libro ya no se parecía al
actor, sino a esa figura desconocida y cercana
que había moldeado en su mente.
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