Por más increíble que parezca, Gregorio Capuleto llevaba veinte años sin soñar, casi los mismos que llevaba en el poder. Desde entonces la fila de médicos que se presentaba en el palacio presidencial para aliviar sus noches en blanco, no hacía más que aumentar. Por todos los medios trataron de reparar el proyector en su cabeza, pero era como si tuviera desactivado el inconsciente.
Al final, viendo que nada funcionaba, el dictador empezó a hacerse a la idea de irse para siempre a la cama sin los condimentos que los sueños le otorgan al reposo. Pero un día, durante una cena en la embajada italiana, conoció a un laureado productor cinematográfico que le prometió ayudarlo con su problema. Al principio Capuleto no le creyó, pensando que simplemente se trataba de otro charlatán que fracasaría en su intento de hacerlo soñar.
La gran diferencia era que el productor hablaba muy en serio, como pudo comprobar dos días más tarde, cuando una tropa de actores, escenógrafos, guionista y expertos en efectos especiales, desembarcó en el palacio presidencial. El plan del productor era muy simple: si los sueños no venían de manera natural, los reproduciría de manera artificial. Para eso, mandó a montar una tarima en la inmensa habitación del tirano, justo delante de su cama.
Una vez construido el escenario, lo único que faltaba era que Capuleto se metiera entre las sabanas. Para eso tuvieron que esperar hasta la media noche, cuando el tirano dio su beneplácito al productor para que empezara la función mientras terminaba de acomodar su cabeza en la almohada.
El espectáculo que de repente se le presentó frente a sus ojos era simplemente abrumador. Los actores interpretaban su papel con el mayor de los realismos, a pesar de que sus acciones y sus diálogos a veces se desviaban de la normalidad sin seguir los parámetros de la racionalidad, rozando lo absurdo y careciendo por completo de cualquier tipo de continuidad en el tiempo. Igual que en un sueño.
Y mientras tanto, sus parpados se hacían más pesados, como si el que estuviera sosteniendo el telón ya no aguatara más y la cuerda se le fuera escapando de las manos, hasta que las pestañas se tocaron.
Hacía tanto tiempo que no pasaba una noche tan placentera. Más que nada porque por fin había logrado rellenar el vacío de sus sueños. Su felicidad era tal, que cuando volvió a ver al productor, lo recibió con aplausos, diciéndole que esperaba ansioso la hora de irse de nuevo a la cama para ver el siguiente montaje.
En esos momentos Capuleto pareció tan terrenal, apenas una sombra del despiadado militar que tenía sofocado al país. Claro que eso se debía a que el productor y su equipo le habían dado justo en la fibra, destapando emociones que durante muchos años estuvieron reprimidas. Tanto fue así, que en pocos días, el tirano ya no concebía la idea de irse a acostar sin el espejismo tranquilizador de las representaciones.
Durante meses, los artistas lo transportaron a un sinfín de lugares mágicos. Colgados de alambres invisibles, volando por la habitación, apareciendo y desapareciendo de la nada, adornaron sus noches de fantasía hasta que una vez, mientras dormía profundamente, tuvo por si solo un sueño verdadero. En él, aparecía el productor sentado en un trono vestido de oficial del ejército. En el sueño, el productor no hacía más que dar órdenes, al mismo tiempo en el que pateaba a sus súbditos. A decir verdad, esta imagen duró muy poco. Eso sí, antes de que se difuminara por completo, le pareció ver por unos escasos segundos el mapa de su país. De ahí en adelante, todo se hizo borroso.
Al día siguiente, Capuleto se levantó con una sonrisa en la boca. Por más que lo intentara, no podía ocultar su buen humor. En la ducha hasta cantó un par de estrofas de sus boleros favoritos. Incluso, se dio el gusto de bromear más de la cuenta con sus asesores mientras trataban asuntos más serios. En el desayuno, pidió que le pusieran un huevo de más y estuvo comiendo de corrido hasta casi la media mañana. Una vez acabó, se limpió la boca con la servilleta y le ordenó a su ayudante que fuera a buscar al productor para fusilarlo.
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