Ingrato es el olvido que por capricho
borró cualquier rastro de la época en la que el verdadero amo de la tierra era
el fuego. Eso fue antes del principio de los tiempos, cuando las llamas
reinaban sobre todas las especies; incluida la humana. Acorralando la
naturaleza con sus paredes de humo, mientras hectáreas y más hectáreas
chamuscadas cubrían la superficie del planeta.
Fue así como un día, ciego de poder, el
fuego convenció al hombre para que lo adorara, poblando las noches de luces y
de magia. De ahí que en una villa remota, los habitantes construyeron en su
honor una estatua gigante de cera. La estatua estaba basada en el rostro de la
hija de uno de sus artesanos y era tal su belleza, que el fuego no tardó en
enamorarse de su enorme réplica.
Durante meses, el fuego comenzó a
concentrarse cerca de la aldea para estar más cerca de la estatua. Hasta que un
día ya no pudo resistir más y fue a abrazarla.
La estatua duró poco tiempo en
derretirse: un escaso momento en el que el fuego sintió el amor más intenso de
su vida, mientras la arropaba con sus brazos ardientes, hasta que lo único que
quedó de ella fue un pegote blanco sobre la arena.
Destruido. Lleno de tristeza, el fuego
contempló los estragos de su impulso. El dolor lo fue consumiendo por dentro,
haciendo que se empezara a apagar poco a poco, dejando por doquier sus lágrimas
secas.
Cuando ya estaba lo suficientemente
débil, en total estado de sumisión, un hombre lo levantó y lo llevó a la hoguera
donde lo depositó para que ahogara todas sus penas, durante esta y las otras
eternidades.
http://purl.org/dc/terms/" href="http://purl.org/dc/dcmitype/Text" property="dct:title" rel="dct:type">LA TIERRA BAÑADA EN FUEGO por http://creativecommons.org/ns#" property="cc:attributionName">Federico Rojas Puyana se encuentra bajo una Licencia Creative'>http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/">Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.