domingo, 20 de marzo de 2011

MARGOT


Abran paso, abran paso. Papá, soy Margot. Vine a pedirle perdón por haber dejado que se muriera. Pero no crea que no he pagado con sangre por mis pecados. Todo y que lo único de lo que soy culpable es de haberme enamorado del que no era. Aun recuerdo la primera vez que vino a casa. Usted casi se fue de pa atrás cuando abrió la puerta. Parecía como si acabara de  ver al diablo. Creyó que venían por usted. Que alguien le había denunciado. Apenas le volvió el color cuando supo que la vaina era conmigo. Que quería cortejarme.
Y no es que eso le hiciera a usted mucha gracia, porque sabía que Efraín era un tipo de temer y que él era el que mandaba. Pero yo era una muchacha ingenua, dispuesta a hacer lo que fuera con tal de irme con él pal monte. Lo que menos me importaba era que en el pueblo me llamaran puta. Eso sí, lo que me enfurecía es que me trataran de traidora. Yo lo único que buscaba era evadirme de una vida controlada por el miedo. Y solo lo conseguí entregándome a los brazos del que lo generaba.
Pero eso no significaba que se me hubiera borrado de la cabeza todas las atrocidades de la guerra. Claro que al principio, la mayor parte del tiempo me la pasé levitando. Derretida, viendo como Efraín ejercía su poder sobre la gente. Lo que él decía iba a misa. A su lado, podíamos hacer lo que quisiera. Hasta nos íbamos de fiesta en pleno toque de queda, mientras que a los demás habitantes del pueblo no les quedaba de otra que obedecer juiciositos en sus casas.
Por eso, cuando me pidió que nos casáramos, le dije que sí de una. Yo siempre había soñado con una gran boda. Lástima que el pueblo estuviera tan patas arribas cuando él se me declaró. Vestido no encontré porque al sastre le cerraron su sastrería. Músicos tampoco porque a todos los echaron por viciosos. Pero lo más grave era lo del cura. Desde que mataron al último, la iglesia no había vuelto a enviar a alguien que lo remplazara. Lo único que si había de sobra era flores, sobre todo en los cementerios.
Apenas me tranquilicé cuando Efraín me dijo que no me preocupara, que si era necesario nos íbamos a la capital a que nos casaran. El problema fue que entonces se puso cruda la cosa. Otro grupo armado entró en la zona, reclamando con violencia una tajada del territorio. Ni siquiera se podía tomar agua del grifo, porque decían que habían envenenado el acueducto. Pero Efraín no se quedó con los brazos cruzados. Respondió quemando la casa de cualquier sospechoso de colaborar con el enemigo. Ese solo fue el comienzo del intercambio de hostilidades. Entonces todo pasó a tratarse del que golpeara más duro. La comida empezó a escasear, más que nada porque ¿cómo iban los campesinos a cultivar si la tierra estaba hecha cenizas? Lo único que se podía plantar era los muertos.  
En esas me llamaron a avisarme que a usted lo habían visto flotando en el río. Y lo más curioso es que usted ni siquiera sabía nadar y al final la corriente lo llevó kilómetros y kilómetros abajo, hasta que usted acabó en una orilla, volteado, con un agujero clavado en su espalda. Cuando me enteré supe que no nos podíamos quedar aquí, así que empecé a convencer a Efraín pa que nos fuéramos. Al principio no me hizo caso, pero después vio que a este paso no iba a quedar nadie parado para combatir esta guerra. Por suerte, llamó a un tío que tiene en la capital y éste le dijo que le podía ofrecer trabajo en su carpintería. Quién sabe, quizás algún día, si se pone juicioso, será su propio jefe, como lo fue en este pueblo. A mí la idea de irme me da mucho alivio. Lo único que me sabe mal es dejarlo a usted aquí. Este no es un lugar seguro, ni siquiera para los fantasmas.
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