lunes, 21 de marzo de 2011

EL CAMINO DEL CUENTO

Nunca se cuestionó quién era hasta que abandonó la estantería. Por un tiempo se consideró una tragedia griega, pero luego empezó a acumular páginas, inflándose de párrafos, de capítulos, de partes. Pasó del misterio a la aventura, de la ciencia ficción a la novela histórica, hasta acabar hundido en el existencialismo.
Fue el espectáculo más triste de presenciar, incluso más que el desvalijamiento de un emperador. Se le empezaron a caer las hojas, a escarapelársele la portada. En sus horas más bajas llegó a prestarse para grandes despropósitos: biografías baratas, western de bolsillos, poemario político, manuales de urbanidad, fueron algunos de sus lastres. Él que había albergado la gloria y la providencia, la ira y la desidia, el dolor y el eterno sufrimiento; apenas encontró descanso suplantando un pedazo de madera para avivar el fuego de una chimenea.

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domingo, 20 de marzo de 2011

MARGOT


Abran paso, abran paso. Papá, soy Margot. Vine a pedirle perdón por haber dejado que se muriera. Pero no crea que no he pagado con sangre por mis pecados. Todo y que lo único de lo que soy culpable es de haberme enamorado del que no era. Aun recuerdo la primera vez que vino a casa. Usted casi se fue de pa atrás cuando abrió la puerta. Parecía como si acabara de  ver al diablo. Creyó que venían por usted. Que alguien le había denunciado. Apenas le volvió el color cuando supo que la vaina era conmigo. Que quería cortejarme.
Y no es que eso le hiciera a usted mucha gracia, porque sabía que Efraín era un tipo de temer y que él era el que mandaba. Pero yo era una muchacha ingenua, dispuesta a hacer lo que fuera con tal de irme con él pal monte. Lo que menos me importaba era que en el pueblo me llamaran puta. Eso sí, lo que me enfurecía es que me trataran de traidora. Yo lo único que buscaba era evadirme de una vida controlada por el miedo. Y solo lo conseguí entregándome a los brazos del que lo generaba.
Pero eso no significaba que se me hubiera borrado de la cabeza todas las atrocidades de la guerra. Claro que al principio, la mayor parte del tiempo me la pasé levitando. Derretida, viendo como Efraín ejercía su poder sobre la gente. Lo que él decía iba a misa. A su lado, podíamos hacer lo que quisiera. Hasta nos íbamos de fiesta en pleno toque de queda, mientras que a los demás habitantes del pueblo no les quedaba de otra que obedecer juiciositos en sus casas.
Por eso, cuando me pidió que nos casáramos, le dije que sí de una. Yo siempre había soñado con una gran boda. Lástima que el pueblo estuviera tan patas arribas cuando él se me declaró. Vestido no encontré porque al sastre le cerraron su sastrería. Músicos tampoco porque a todos los echaron por viciosos. Pero lo más grave era lo del cura. Desde que mataron al último, la iglesia no había vuelto a enviar a alguien que lo remplazara. Lo único que si había de sobra era flores, sobre todo en los cementerios.
Apenas me tranquilicé cuando Efraín me dijo que no me preocupara, que si era necesario nos íbamos a la capital a que nos casaran. El problema fue que entonces se puso cruda la cosa. Otro grupo armado entró en la zona, reclamando con violencia una tajada del territorio. Ni siquiera se podía tomar agua del grifo, porque decían que habían envenenado el acueducto. Pero Efraín no se quedó con los brazos cruzados. Respondió quemando la casa de cualquier sospechoso de colaborar con el enemigo. Ese solo fue el comienzo del intercambio de hostilidades. Entonces todo pasó a tratarse del que golpeara más duro. La comida empezó a escasear, más que nada porque ¿cómo iban los campesinos a cultivar si la tierra estaba hecha cenizas? Lo único que se podía plantar era los muertos.  
En esas me llamaron a avisarme que a usted lo habían visto flotando en el río. Y lo más curioso es que usted ni siquiera sabía nadar y al final la corriente lo llevó kilómetros y kilómetros abajo, hasta que usted acabó en una orilla, volteado, con un agujero clavado en su espalda. Cuando me enteré supe que no nos podíamos quedar aquí, así que empecé a convencer a Efraín pa que nos fuéramos. Al principio no me hizo caso, pero después vio que a este paso no iba a quedar nadie parado para combatir esta guerra. Por suerte, llamó a un tío que tiene en la capital y éste le dijo que le podía ofrecer trabajo en su carpintería. Quién sabe, quizás algún día, si se pone juicioso, será su propio jefe, como lo fue en este pueblo. A mí la idea de irme me da mucho alivio. Lo único que me sabe mal es dejarlo a usted aquí. Este no es un lugar seguro, ni siquiera para los fantasmas.
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viernes, 11 de marzo de 2011

PEPAS

La anciana lo dejó amarrado en un árbol antes de entrar cojeando al supermercado. Él se quedó mirándola desaparecer a paso lento apoyándose con el bastón. Y una vez ya la dejó de ver, se echó juicioso sobre la acera. En realidad, él no entendía muy bien por qué le tocaba quedarse afuera, pero igual se quedaba resignado, esperando a que su ama volviera a salir. Para él, resultaba imposible comprender que en ese sitio la entrada le estuviera prohibida a los perros, por más que él fuera solo un perro pequeñito, un perro salchicha común y corriente. Por fortuna, él ya conocía la rutina y ni siquiera se tomaba la molestia de intentar ir detrás de la viejita.
De vez en cuando levantaba la cabeza cuando alguien iba a salir, pero al darse cuenta que no era quien él esperaba, volvía a guardar su hocico entre las patas delanteras. La gente que pasaba lo miraba con ternura, algunos hasta estiraban la mano para acariciarlo, mientras él se limitaba a olerlos con cierta indiferencia, como si simplemente no existieran.
Sin embargo, de todos ellos hubo uno que no pudo ignorar. Uno que al acercársele no lo intentó tocar, sino que fue directamente a desamarrarlo. El pobre perro observó sus zapatos confundido, sin saber si tenía que levantarse o no. Apenas respondió al sentir el tirón de la correa que lo condujo lejos del supermercado. Al principio se dejó llevar como si nada hubiera pasado. Solo dos calles más abajo se volteó en busca de su ama, pero el paso rápido del hombre lo hizo olvidarse por un momento de ella, ya que, para no quedarse atrás, estaba a obligado a no dejar de mover sus patas lo más rápido posible.
El hombre se desvió por varias esquinas, lo cual de cierto modo llenó un poco de nervios al animal. Varias veces intentó mirarlo, pero solo se encontró con la perspectiva hasta las rodillas de sus piernas largas. Unos cuantos minutos más tarde, el hombre se metió a un edificio, subió las escaleras, sacó las llaves y abrió la puerta. Solo hasta que se encontraron adentro, se agachó para quitarle el collar.
Un poco descolocado con su nuevo paradero, el perro inspeccionó desconfiado las habitaciones ¿Dónde estaba la anciana? No hizo más que preguntarse. Mientras tanto el hombre caminó hacia la sala, encendió el televisor y dando la espalda, se sentó en el sillón. Entre chillidos, al perro no le quedó de otra que echarse en un rincón. La tristeza en él era evidente. Para nada se sentía a gusto. De vez en cuando lanzaba unos ladridos en forma de protesta, pero nadie le ponía atención.
Pronto los ladridos cambiaron por bostezos, hasta que se quedó dormido. Un rato más tarde sintió un pie que lo removió. Asustado, se levantó de un salto. El hombre caminó hasta la puerta, tomó el pomo y abrió. El perro asomó su hocico en el pasillo y después de unos segundos de duda, cuando por fin se sintió a gusto, se apresuró a salir.
Al llegar al primer piso se encontró con una puerta de vidrio. Para su desgracia se encontraba cerrada y tuvo que esperar un par de minutos para que alguien que viniera de afuera le abriera. Ya solo le faltaba poco para ser libre. Las ansias aumentaron tan pronto escuchó el ruido de la llave removiéndose en la vieja cerradura. Estaba tan desesperado por salir, que apenas se puso a correr se resbaló, claro que de inmediato se levantó, tan rápido, que al que le abrió la puerta apenas le dio tiempo de moverse para que pasara.
Solo un par de calles más allá, bajó el ritmo. Mirando hacia ambos lados continuó, intentando afinar su orientación. Encomendándose a su nariz, buscó algún rastro que lo llevara donde la anciana ¿Por qué el hombre le permitió salir? Esa pregunta jamás se le cruzaría por la cabeza. Brincando de una acera a la otra, siguió intentando encontrar a su ama, moviendo cada músculo de su enclenque cuerpecito. Tomando las esquinas como quien se hunde cada vez más en el laberinto.

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