sábado, 6 de noviembre de 2010

LOS MACHOS ALFA

Para él, la jerarquía de la casa estaba bastante clara. La sabía desde que era cachorrito. Primero estaba su amo y después venía la esposa, cuya autoridad solo toleraba porque era la mujer que le traía la comida. De resto, si podía la ignoraba, todo y que ella lo llamaba ofreciéndole sus caricias. Pero él era un perro selectivo y la única voz a la que respondía era la del hombre de la casa. Con él tenía hasta una fijación rara. Se volvía loco cuando lo veía entrar por la puerta, batiendo la cola sin control.
Su admiración por él era tal que lo veía como el centro de su universo. Lo que nunca se imaginó, en su imaginación de perro, fue que su adoración se vendría abajo. Un día su amo llegó borracho a la casa, después de dos días de juerga descarriada. Viendo el estado en el que venía, su esposa no se lo tomó con mucha gracia. La mujer estaba hecha una fiera y su rabia aumentó cuando el hombre intentó calmarla con un abrazo. Mediante gritos y empujones se lo sacó de encima. Asustado, el hombre salió espantado de la casa y no volvería sino cuatro días después, una vez se le había pasado el enfado a su señora.
A su regreso, el perro no salió a recibirlo. Se quedó debajo de la mesa, escuchando como su amo le hablaba en tono sumiso a su mujer. Como podía respetarlo ahora, pensaba el perro. Como podía superar la decepción que le había causado, si al olerlo lo único que percibía era miedo. La mujer se levantó de la silla y salió del cuarto. El hombre se quedó reflexionando y de repente hizo un paréntesis en sus pensamientos y llamó al perro. El animal se levantó, pero en vez de venir hacia su amo se quedó quieto. El hombre volvió a llamarlo. Esta vez el animal se acercó despacio, dubitativo, con un poco de fastidio. Y cuando por fin estaba lo suficientemente cerca, el hombre estiró la mano para acariciarlo, al mismo tiempo en el que el perro abrió la boca para morderlo.

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