viernes, 12 de noviembre de 2010

LOS SIN ROSTRO

En un mundo en el que todos los seres tenían la cara lisa como la superficie de una piedra, un adolescente despertó con dos pequeños ojos en la mitad de su rostro. Angustiado, intentó ocultarlos, aunque los ojos terminaron saltando a la vista, haciéndose cada vez más grandes. Comenzaron a hincharse, hasta que de repente se le empezó a formar un punto verde en la mitad. Con los días, el punto se transformó en azul, luego en café y al final se puso negro.
Sus amigos le aconsejaron que se los espichara, pero él no se atrevía, convencido de que al extirparlos la infección se esparciría y otros ojos le saldrían por toda la cara. Utilizando cremas esperó a que desaparecieran, pero las semanas pasaban y nada que se iban. Es más, cada vez parecían más inflamados, como si fueran a explotar.
Por eso, avergonzado con su apariencia, ya casi ni se atrevía a salir a la calle. Por más que lo intentaba no podía dejar de sentirse extraño, preso por sus deformidades. Por momentos creía que jamás se libraría de ellos. Se preguntaba si sería capaz de acostumbrarse a vivir así, sujeto a lo que los demás pensaran.
La respuesta era sencilla. Desesperado se acercó al espejo. Pasaron varios minutos hasta que levantó los brazos y se llevó los dedos a los ojos. Temblando hizo presión en las yemas. El primer ojo reventó con facilidad. El segundo necesitó un poco más de fuerza. Al espicharlo salió un líquido blanco que terminó estampándose contra el espejo. Entonces, con un poco de dolor observó su reflejo. Con un pañuelo se limpió y cuando por fin terminó, respiró aliviado, diciéndose a si mismo lo bueno que era sentirse normal de nuevo.

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