jueves, 28 de octubre de 2010

LA ENCRUCIJADA DEL ESTRATEGA


En el mundo del futbol lo conocían como Iceman, no por su frialdad, sino porque de joven trabajó en una heladería. Sin embargo, algo de meticuloso sí que tenía. Quedaba patente en la forma de preparar los partidos. Los equipos que había entrenado siempre se caracterizaban por ese orden táctico que tan buenos resultados le habían dado.
En realidad, era increíble ver la notoriedad que había conseguido como técnico, teniendo en cuenta que nunca fue un jugador brillante. Aunque para las personas con las que algún día compartió vestuario, esa es la clave de su éxito, argumentando que había pasado media vida en los banquillos.
Pero hasta él reconocía que había sido un tronco y que le tocó luchar mucho para conseguir el respeto que se merecía como en técnico. No en vano, sus esfuerzos le dieron excelentes resultados. Hasta el punto de poder presumir en su hoja de vida de haber dirigido a los grandes clubes de su país, además de dar el salto a Europa. Una aventura que empezó de maravillas y que terminó como una autentica pesadilla. Pero una vez se le cerró esa puerta, otra se abrió: la de la selección de mayores.
Desafortunadamente para él, las condiciones en las que asumió el cargo no eran las más convenientes. El equipo venía de complicarse la vida en las eliminatorias, dejándose puntos vitales para la clasificación al mundial. El vestuario estaba dividido y falto de motivación. Por suerte, gracias a sus métodos radicales la situación se fue enderezando. Los muchachos respondieron desde el primer partido, pero el calendario era apretado y quedaban pocos puntos por pelear.
Claro que eso no le importaba. Lo que de verdad le comía el coco era que al equipo le faltaba una pieza. Y no una pieza cualquiera, sino una que le podría traer muchos dolores de cabeza. Concretamente estaba pensando en un jugador que ya había tenido bajo sus órdenes. Todo un fenómeno, pero que por cuestiones de disciplina se había echado a perder. O al menos durante un tiempo en el que estuvo bajo de forma, lento, sin la menor oportunidad de marcharse de su marcador.
Además estaban todos los escándalos fuera de los terrenos de juego y la pelea con los veteranos del equipo que lo llevó a que lo vetaran de la selección. Eso había sido al menos hace seis años. Ahora había madurado y se merecía una nueva oportunidad. Otra cosa era que él la aceptara. Después de todo, sería extraño hacer de cuenta como si no hubiera pasado nada, como si él y el seleccionador no se hubieran dicho de todo. En parte, él se sentía traicionado. Por supuesto que el entrenador había sido como un padre para él, pero a fin de cuentas él tampoco se hablaba con su verdadero progenitor. Igual, tampoco sentía que le debiera mucho. Era cierto que él lo descubrió y que le dio su primera oportunidad, pero su talento era tan grande que tarde o temprano hubiera despuntado.
Eso lo comprobó en el partido de su debut, cuando minutos después de salir terminaría marcando. Esa tarde, todo el estadio coreó su nombre. La afición pronto lo convertiría en uno de sus ídolos y en el gran referente del equipo. Cuando los partidos se ponían cuesta arriba, todos los seguidores se encomendaban a él para que les hiciera el milagrito. Su irrupción había sido tal, que los niños en la calle no tardaron en intentar copiar sus regates, enloquecidos por su estilo. Y eso que todavía no había ganado nada. Las copas vendrían después. Los trofeos, los galardones especiales, el brazalete de capitán. Su equipo volvería a hacerse con el campeonato después de muchos años. Y no una sola vez, sino en tres ocasiones seguidas.
Pero para ese entonces ya había aflorado su segunda naturaleza. Su temperamento quisquilloso. No se trataba ya de falta de disciplina o de los celos, sino de los pintorescos episodios que se producían desde que la fama se le empezó a subir a la cabeza: los problemas con la justicia, el accidente de tráfico o su salida de tono en las ruedas de prensa.
El seleccionador sabía muy bien cómo se las gastaba el jugador. Sus constantes desaires colmaron su paciencia y terminó apartándolo del equipo. Algo que el jugador no encajó muy bien, dado que armó un escándalo tremendo que no pasó, hasta que se concretó su transfer a otro equipo, donde por supuesto pasó a cobrar más.
Lo malo fue que mientras su cuenta corriente iba engordando, su rendimiento fue empeorando. En su nuevo equipo nunca cuajó y al final terminó cedido a clubes de tercera categoría. Ya no quedaba nada de aquel jugador que había fascinado a medio mundo. Poco a poco se fue diluyendo, hasta que lo único que quedó de él fue lo que fue.
Por suerte, cuando ya parecía que estaba en el mayor de los olvidos, alguien volvió a apostar por él. Claro que él también puso de su parte. Se volvió a entrenar a conciencia, bajó de peso y hasta se sometió a una terapia para controlar su temperamento.
El cambio no pasó desapercibido y la gente empezó a preguntarse una y otra vez las razones por las cuales el seleccionador no lo incluía en su próxima convocatoria. En la prensa no hacían más que hablar de eso. Tanta insistencia resultaba fastidiosa. La presión para el entrenador era cada día más grande.
Por un lado, no podía dar el brazo a torcer y llamar al jugador solo por complacer a la opinión pública. Por otro, aunque sabía que a la selección le iría bien ese refuerzo, enterrar lo que había pasado le resultaba imposible.
Al final era una cuestión de principios. Estaba dispuesto a mantenerse firme en su decisión, de no ser porque mientras se discutía sobre esto, la selección tropezó en su último enfrentamiento. La sensación de pánico se apoderó de todos. La federación lo llamó para sugerirle que se lo pensara bien en llamar al jugador, mientras que su ex pupilo salía por todos los medios diciendo que para él sería un honor volver a vestir la camiseta de la selección y que le gustaría ayudar al equipo a clasificarse.
De esta forma, sin quererlo, el jugador había ganado la primera partida. Antes de marcar el número, el entrenador observó el teléfono durante un largo rato. No sabía exactamente qué era lo que iba a decir. En su cabeza le rondaba la idea de que estaba cometiendo un error enorme, pero ya no quedaba otra alternativa. Tenía que asegurarse por completo de que el futbolista estaba dispuesto a hacer las paces. Los latidos de su corazón se aceleraron al escuchar cuando le contestaron al otro lado de la línea. Por un momento se quedó callado, tomó un respiro profundo y abrió la boca:

−Soy yo.



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