Parecían
mafiosos de verdad, de los viejos tiempos del Charlestón. Pero ellos no eran
rufianes, sino estudiantes de cine que se habían disfrazado para hacer un corto
para su clase. El argumento la verdad es que era bastante flojo, pero ellos se
esforzaron mucho. Sobre todo en el atrezo, porque querían que todo fuera muy
realista. Para Mauricio fue difícil tener que dirigir y actuar al mismo tiempo.
Pero no lo hizo nada mal. Hacía el papel de capo mayor, al que envenenaban al
final de la historia.
Todos se veían bien con los disfraces.
Especialmente, Laura Vaca, que hizo de cabaretera. No tenía ni una sola línea,
pero su simple presencia iluminaba todo el plano. Mauricio siempre pensó que ella
era bonita, pero cuando la vio con la peluca negra, el collar de perla y el
lunar falso, sintió como si su corazón lo atravesara un flechazo.
Ella era
la mayor de su clase. A muchas le alcanzaba a sacar una década, pero ella sabía
cómo conservarse. Tenía muy claro que hay hombres que quedan desarmados con una
minifalda ajustada. Laura era la típica chica que sembraba dudas en tu cabeza.
No podía hablarte sin hacerte caricias. Era medio sobona, de esas que lo hacía
para que pensaras que quería algo contigo. Por eso, Mauricio no pudo evitar
caer en su canto de sirena.
Empezaron a besarse entre toma y toma.
Él casi que no podía aguantar para gritar corten. Así volvería a tenerla en sus
brazos, mientras el del micrófono arreglaba algunos fallos de sonido. Una vez
terminaron de grabar, se hicieron novios. Pero entonces Mauricio tenía la
impresión de que faltaba algo. Laura era una mujer realmente atractiva, pero
desde que había acabado el rodaje, no le parecía tan radiante como de costumbre.
Solo descubrió que era lo que pasaba cuando vio el corto acabado. Se había
enamorado de la Laura que veía en la pantalla, la que estaba disfrazada de
cabaretera, con su minifalda y sus medias de malla.
Convencido de su amor por la Laura
cabaretera, Mauricio le pidió a su novia que se volviera a colocar la ropa del
corto. Al principio ella pensó que él estaba loco, pero decidió seguirle la
corriente, convencida que se trataba solo de una fantasía inofensiva.
Colocándose una peluca corta que le tapaba su larga cabellera, Laura volvió a
encarnar el papel que había cautivado a su novio.
Mauricio
apenas la vio de nuevo con el atuendo del corto, no dudo ni un segundo en
lanzársele a hacerle el amor, completamente excitado por la manera en la que
ella abría y cerraba los ojos con sus pestañas postizas. Al terminar, Laura
estuvo a punto de quitarse la peluca, pero Mauricio la detuvo, rogándole para
que se la dejara puesta. Curiosamente, ella obedeció porque estaba enamorada.
Desde ese
momento, comenzó a vivir una transformación completa: yendo de un lado para otro
vestida de cabaretera, hablando con una voz más chillona. Estaba tan metida en
el papel, que en las fiestas vendía chicles
y cigarrillos que llevaba en una caja de madera que le colgaba del cuello.
A Mauricio le encantaba como se veía.
La vigilaba orgulloso y un poco celoso. Eso sí que nadie se le acerque porque o
si no le rompía la cara al atrevido. Y es que cada día se sentía más atraído a ella.
El orgullo que experimentaba cuando ella se paseaba agarrada de su brazo era
enorme. De alguna manera, tenerla a su lado le hacía parecer más importante.
Como un matón de pacotilla. Además, ella estaba preciosa fumando sus
cigarrillos largos, rodeada de un aire de misterio, que se hacía más intenso
mientras escuchaban música de Dixieland.
Desafortunadamente, ese estado de
felicidad en el que Mauricio andaba enfrascado acabó derrumbándose. Un día,
mientras él veía televisión, sonó el timbre de la puerta. Al abrir, se encontró
a Laura envuelta en una toalla.
−¿Qué pasó?
−Se incendió mi
apartamento. Estaba en la ducha y de pronto noté el humo. Casi me muero. Lo
último que recuerdo fue cuando entraron los bomberos ¿Qué voy a hacer? Lo perdí
todo.
−¿Los disfraces
también?
−Están hechos
cenizas.
−No puede ser. Tenemos
que ir a comprar más. Rápido, antes de que cierren las tiendas de pelucas.
−Primero tengo que
ir a comprar ropa normal.
−¿Para qué? Es
nuestra oportunidad para que renueves todo tu vestuario y solo utilices ropa de
los años veinte.
−Definitivamente
eres un enfermo ¿Apenas me quieres para eso? Estuve a punto de morir y a ti lo
único que te importa es complacer las aberraciones de tu mente retorcida. Estás
obsesionado con verme disfrazada. Parece que no te gustara tal como soy.
−Tú no me
entiendes Laura− Mauricio bajó la cabeza apenado.
−Necesitas un
psicólogo. No es nada sano. Estoy cansada de ponerme pelucas para gustarte−
explotando en llanto− Te quiero, pero no podemos seguir así. Espero que tengas
una vida bonita. Adiós.
−No te vayas,
cambiaré.
−Es muy tarde.
Laura salió, dejando a Mauricio
descorazonado, con una lluvia dentro del apartamento. Mauricio se quedó durante
unos días anclado en casa, hundido en la tristeza. Sabía que se había portado
como un imbécil y que por eso había perdido a su novia. Entonces se dio cuenta que
también amaba profundamente a la Laura normal, igual que a la Laura disfrazada.
Admiraba de ella esa capacidad
camaleónica que desembocó en pasión. Pensó que únicamente quería estar con la
Laura cabaretera, pero ahora que se había esfumado, se dio cuenta que en ella
solo veía a la Laura común y corriente.
Sus amigos lo llamaban a animarlo,
algunos hasta querían llevárselo de fiesta, aunque él les dejaba claro que no
tenía ganas de salir. Solo aceptó después de que le insistieran mucho. Un amigo
le rogó para que fuera a su fiesta de disfraces. Pero como no quería que le
vieran la cara de tristeza, decidió esconder su rostro detrás de una máscara de
gorila.
A algunos
les costó demasiado trabajo reconocerlo en su atuendo de King Kong. La única
que supo de inmediato quién era el que iba disfrazado de King Kong, sosteniendo
un vaso de whisky con sus manotas peludas, fue Laura. Lo habían delatado sus
movimientos. Y eso que Mauricio se esforzó en ocultarlo, apenas se dio cuenta
que ella también estaba invitada a la fiesta.
Venía de
caqui, disfrazada de cazadora de safari, con un sombrero de exploradora y un
rifle de plástico colgándole de los hombros. Lo más natural en una situación
así de incómoda, era que Mauricio fuera a saludarla, pero él prefirió mantenerse
lejos por miedo a que ella lo rechazara. Laura le contemplaba desde la
distancia, pensando en lo atractivo que Mauricio se veía lleno de pelos, con los
orificios de la máscara resaltando el brillo de sus pupilas. En esos momentos
lo deseó tanto.
Poco a poco
se le fue acercando, en vista de que Mauricio no se atrevía a abordarla. Para
llegar hasta él, tuvo que esquivar una Cleopatra, dos pitufos y un Batman.
−Debe hacer mucho
calor ahí dentro.
−No te imaginas.
Me pica todo el cuerpo.
Se pusieron a hablar y a hablar, hasta
que el dueño de la fiesta se desmayó de la borrachera, haciendo que todos
tuvieran que marcharse. Él acompañó a Laura a su casa colgándose de los árboles
o de las rejas. Cuando llegaron a la puerta del edificio, ella le pido que subiera.
Arriba,
ella le ofreció una banana, mientras se servía un Long Island. Era tarde, sin
embargo no se sentía para nada cansada. Tenía ganas de pasar la noche derecho,
ver como el día se colaba por su ventana. Por alguna extraña razón se sentía
más desinhibida que nunca:
−Sabes, verte con
ese traje de macaco me da morbo. Hagamos el amor ahora mismo.
Mauricio asintió de inmediato dándose
manotazos en el pecho. Empezó a quitarse el disfraz, pero ella lo detuvo.
−Déjatelo puesto.
−¿Por qué?
−No sé. Te hace
ver más varonil.
−Como quieras.
−Por cierto, mis
padres quieren conocerte.
−Pero si no tengo
nada elegante que ponerme.
−Así vas perfecto.
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