sábado, 30 de abril de 2011

MADERA FINA

Su asco a la tierra venía de lejos, de los tiempos en los que apenas era una simple semilla. Por eso, ahora que era un árbol alto y corpulento, se sentía tan ahogado viendo que estaba rodeado. Pero eso no era lo peor. Lo peor era cuando llovía y todo se empantanaba. Ahí casi que se iba de para atrás con lo pegajosa que la tierra quedaba. Con un horror profundo rogaba para que el impacto de las gotas no lo salpicara. Sobre todo en las hojas, sus partes más apreciadas y las que de ninguna manera le gustaría ver manchadas por la alfombra sucia de la tierra.
En esos momentos hubiera dado lo que fuera para ser una mata colgante y así estar lo más alejado posible del suelo. Día a día empezó a estirar sus raíces, empinándose poco a poco, como si estuviera en cuclillas, para apartar su tronco de la tierra. Sentando todo su peso abajo para salir de donde estaba enterrado, logró establecer una distancia considerable con la materia enemiga. Pero esto no le bastó e impulsado por su repulsión, siguió apuntando alto y cada vez más alto, hasta que las raíces ya no aguantaron y el árbol se fue hacia un costado, con el agravante de acabar rodando por una montaña. Un sinfín devueltas después, el árbol aterrizó en una trocha polvorienta, embarrado de arriba abajo.

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MADERA FINA por Federico Rojas Puyana se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

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