sábado, 9 de marzo de 2013

NO ÉL


Las discusiones sobre su nombre se alargaron más allá del embarazo y el parto, tanto que a día de hoy no sabía cómo se llamaba. Sus padres aun no eran capaces de decidirse, por eso le daban un nombre cada día; pero luego se arrepentía y al otro día le ponían otro.
Esa era la razón por la cual, cada vez que él se levantaba le preguntaba a sus padres que nombre tenían para él hoy. Era lo primero que hacía, incluso antes de dar los buenos días.
Para él era un alivio cuando por fin le daban un nombre. Se sentía feliz y se la pasaba de un lado para otro repitiendo el nombre que le acababan de dar; como tratando de acostumbrarse a él lo antes posible. Porque a su corta edad, resultaba completamente vital la búsqueda de una verdadera identidad.                                             
Era por eso que le daba tanta tristeza cuando sus padres tocaban a la puerta, mientras él aun jugaba, para informarle que habían cambiado de parecer y que ya no se llamaría de esa manera.
Esta era la dinámica familiar en la que se habían enfrascado. A veces, él no hacía más que desear que el día pasara y que por fin sus padres se decidieran a darle un nombre. Mientras anochecía miraba el reloj con nervios, esperando el momento en el que escuchara el tocar de sus padres en la puerta, sabiendo por dentro en que toda la ilusión que se había hecho, pronto desvanecería.
Hasta que una noche, las horas pasaron y se quedó para el resto de su vida con el nombre que menos le gustaba de todos los que había tenido. 

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NO ÉL por Federico Rojas Puyana se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.